
En el corazón de la ciudad, entre el bullicio de las calles y el aroma a café recién hecho, vivía mi amiga la vagabunda. Su nombre era Alma, un nombre que le venía a la perfección, pues su espíritu era libre como el viento y su corazón, un refugio para los sueños más intrépidos.
Alma no tenía hogar, o al menos no uno convencional. Su casa era el mundo entero, un lienzo infinito donde pintaba su vida con cada paso que daba.
Autor Jesús María Solís Medina
Santo Domingo, República Dominicana.
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