
En las concurridas calles de Santo Domingo, entre el bullicio de los vendedores ambulantes y el aroma a café recién hecho, vivía una pequeña perrita llamada Diana. Su pelaje marrón claro, mezclado con manchas blancas, era tan común como el pan de cada día, pero sus ojos grandes y llenos de vida albergaban una chispa de esperanza que la diferenciaba del resto.
Autor Jesús María Solís Medina
Santo Domingo, República Dominicana.
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