En la gran ciudad, donde los edificios tocaban el cielo y los autos hacían un ruido constante, vivía un palomo muy especial. Se llamaba Eduardo y era conocido por todos por su enorme sonrisa. Cada vez que alguien lo veía posado en un alféizar o caminando por la calle, no podía evitar sonreír también.
Autor Jesús María Solís Medina
Santo Domingo, República Dominicana.
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