
Anochecía y la nueva luna llena pintaba de plata el follaje pasivo de la montaña. Salpicaba a cabalgatas un transeúnte, Marcos Rafael Perro, a doscientos metros de la casucha escogida como mezquita, cuando, rápidamente tronó en los aires la voz rugiente llamando a los Hermanos Perro, y una pléyade se agolpó para recibir la bendición del Dios Perro. Todos tras su alimento espiritual. Mientras Luís José Perro –el segundo después del bajísimo Dios-, repartía migajas de pan, carroña, desperdicios de comida dejados en vertederos, regateando y mordiscando cada pizca de la ración. Comenzaba otra noche de aullidos y de ladridos.
Autor Jesús María Solís Medina
Santo Domingo, República Dominicana.
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